viernes, 6 de mayo de 2011

El decreto del zar

A raíz del ambiente de violencia que vive el país, inició el día de ayer la marcha por la paz con justicia y dignidad. La participación en dicha marcha es una posibilidad de manifestar nuestro fastidio. Podemos pensar que una marcha no devuelve a los inocentes muertos, que el sufrimiento clama sangre para ser satisfecho; sin embargo, el hecho de que una víctima como lo es Javier Sicilia, pida marchar en silencio, pedir la dignidad, y en vez de montar en cólera llame a la unidad es un hecho que merece la atención de quiénes piensen seriamente en dar una solución al problema.
De algún modo, la postura de Sicilia y todos y todas quienes se suman a esta marcha, pueden ser paragonados con Pelagia Vlassovna, la poderosa madre de la obra del mismo nombre de Bertolt Brecht, quien tras la muerte de su hijo reclama que no ha sido un inexplicable designio de Dios quien le ha quitado la vida, sino "el explicable decreto del zar". El zar de nuestros días no puede, aún si nos mueve nuestro esquivo corazón a pensar así, ser señalado como el presidente únicamente. El decreto del zar de nuestros días es el modo en cómo juzgamos a los demás, el modo en cómo nos desinteresamos de lo que sucede a nuestro alrededor.
Es tan hondo este desinterés que nadie escucha a nadie. Todos queremos hablar. Sumidos en este monólogo exterior - nada que ver con aquella consciencia de Dostoievski, ni siquiera con la de Joyce -, buscamos oírnos a nosotros, que los demás sean un eco de mí, una extensión autónoma que por libre decisión hace lo que yo digo. La realidad como un reflejo de mi interior. Éste es el decreto al cual nadie se revela.
Cuando las causas se han multiplicado, al grado de ser demasiadas y las más ajenas, esta Marcha hace un llamado a la paz, la justicia y la dignidad, no a la horca o la masacre. Es un llamado a cada uno, a un trato digno.
El problema es que la dignidad, la justicia para que traigan paz no pueden ser cómodas, no pueden ser decretadas como leyes de relaciones asépticas, donde nadie molesta, sino que al contrario la dignidad y la justicia son una acción, un modo y, dicho con ánimo estridente, un contaminarse del otro, dejarse enlodar por el otro.
El llamado es para todos, aún quienes no participen en la marcha por razones varias e incuestionables, lo que sí ninguno podemos hacer ahora es mantenernos mirando desde nuestra sala frente al televisor valorando igual la muerte de los mineros de Cuahuila que la boda del Príncipe William. Habrá por tanto de liberar a nuestro corazón de los decretos de nuestra inocencia inmóvil.