martes, 5 de julio de 2011

lecturas de verano

Infancia de Percival.
Percival fue un caballero desde su nacimiento. Hijo de Gamureth no podía ser de otro modo; pero su madre, por alejarlo de su destino, lo llevó a vivir a los bosques de Gales donde vivía entre la naturaleza, viendo los días y las noches que asomaban entre los árboles y los cantos del ruiseñor que anunciaba las estaciones.
Nada sabía Percival de las hazañas de caballeros, los héroes no existían dentro del bosque de Gales. Percival junto a su madre recorría los senderos entre matorrales, recostaba al oscurecer la cabeza sobre la hierba y aprendió a escuchar el camino de las bestias con que acompañaba sus juegos.
Un juego tenía Percival que le agradaba sobremanera, había fabricado un arco con una vara que no se rompía ni con el peso de todo su cuerpo recargado, la asió de un cordón que su madre tejió y de esta manera el palo dócil se entregaba a su dominio.
Cruzaba Percival los bosques lanzando flechas certeras, sobre árboles y enemigos ficticios, pues que sentía en él, el llamado desconocido de la aventura que todo caballero en su interior lleva. Su flechas atravesaban el cielo como los rayos del sol, diríase este muchacho heredero de Apolo el dios flechador, pues que con sus lances provocaba contento a las bestias que descubrían siguiendo sus saetas la puntería sin igual.
Por lástima, que no hay vida que se deba despreciar, Percival asestó por error a un ave que su vuelo equivocó, la flecha el peto atravesó volando entonces su espíritu y su cuerpo al suelo cayó. Sin vida el diminuto cadáver le descubrió que la muerte es fin de las creaturas. Con el llanto por delante Percival a su madre acudió, pidiendo que volviera a la vida al ruiseñor.
Nada se podía hacer, no está al hombre decidir sobre la vida de otra creatura ni su fin. Tal vez lo único sí esperar de Dios perdón, pues que a él es permitido cambiar culpa en perdón.
-          ¿Quién este Dios que puede tanto bien? Preguntó Percival.
-          Es el más grande que el hombre no conoce, pero que está siempre presente, bueno, radiante y bello como nada y como nadie. Él tú corazón conoce, a él ningún secreto se esconde, y amarlo es el gran premio para el hombre, porque a su lado todo es grato y todo es bueno, y ningún sufrimiento apaga el bienestar de su presencia.
De esta suerte, Percival regresó al bosque a contar a sus amigos, las bestias del bosque lo que de Dios había escuchado. Y miraron el atardecer ocultar el sol entre los pinos, miraron la noche como obra de ese “Dios”, y en todo veían que estaba presente.
versión de Carlos Ciade para el Curso de Verano del Faro Argentina

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