martes, 12 de julio de 2011

Vocación de Parsifal

Crecía Parsifal en edad y tamaño, mientras en su corazón creía un deseo de mirar fuera del bosque. Caminaba una mañana junto de sus compañeros los animales cuando el sendero se iluminó con el resplandor de hombres a caballo. Eran caballeros que cruzaban por ahí en dirección de la corte del Rey Arturo llamados por lo silencioso y fresco del bosque.
Al verlos, Parsifal se maravilló pues nunca antes había conocido caballeros. Se puso de rodillas ante ellos, asombrado por su esplendor y preguntó con la mayor humildad, si eran Dios.
Los caballeros rieron de ver tan candor, y le dijeron que eran en verdad caballeros al servicio de Dios y del Rey Arturo. Parsifal no sabía lo que decían, así que les pidió le contaran un poco más. Ellos le contaron las hazañas con que fueron nombrados caballeros, de las damas que defendieron con su espada y de la justicia que salvaron con su valor y fidelidad al juramento dado a Arturo.
Parsifal escuchaba como encantado por pócima mágica, sus ojos miraban las armaduras y las espadas con asombro y simpatía. Cuando hubo terminado de escuchar dijo convencido:
-          ¡Quiero ser caballero!
-          Para eso es necesario que el Rey Arturo te nombre así, debes realizar hazañas dignas de tal nombramiento y entonces serás nombrado de la espada Excalibur del Rey Arturo.
Oído esto corrió hacia la cueva donde su madre lo esperaba y le contó todo de la caballería. En su corazón la emoción era tan grande que salía de su boca el relato más fascinante de las hazañas de los caballeros; le contó a su madre de los dragones que surcan el cielo lanzando llamas de sus gargantas, de las doncellas encerradas en altas torres, de los magos y sus hechizos capaces de volver piedra a los guerreros más temibles o de convertir en simples sapos a los apuestos príncipes. Su madre sintió como un puñal que atravesó su corazón al ver que todos sus esfuerzos eran vanos, pues que Parsifal tenía sangre de caballero y nada lo podría desviar de su destino; una lágrima se deslizó por sus mejillas.
-          Tu llanto, madre, hace que este feliz día se vuelva amargo para mí.
-          No es nada Parsifal, mi llanto es de un dolor que planeaba yo evitar; pero ya que tu corazón siente el llamado de la caballería, no puedo sino darte la bendición y encomendarte al Señor que siempre te acompañe.
Pero le dio un traje ridículo, pensando todavía tenerlo de regreso cuando todos se burlaran de él. Marchó Parsifal por la mañana, en sus ojos corría el llanto de ver por última vez los bosques de Gales y sus compañeros de infancia; su madre agitaba un pañuelo desde la caverna desconsolada. Ahora comenzaban las aventuras de Parsifal en el mundo.

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